martes, agosto 03, 2010

Urbes

Las urbes son como las ubres: quienes de ellas se alimentan, de ellas se lamentan y a ellas afrentan. Espacios de convivencia, muchos las viven como penitencia. Lugares de residencia, no pocos sufren su estridencia; lugares de trabajo, no pocos se quejan de sus traslados a destajo. Pero si su apariencia se percibe hostil es porque la hostilizan precisamente quienes así su perfil trazan y destazan. Por eso, en realidad las urbes son como las ubres que dan lumbre sin reciedumbre.

Lo que fueron calles anchas para transitar, se tornan depósitos de amontonamientos vehiculares, generadores de malos humores de humanos y de automotores. Sus parques que niños vieron jugar, se transforman en nocturnas trampas donde taciturnos malhechores acechan en el lugar. Sus espacios públicos se cierran en privado y su generosa oferta de empleo, abasto y vida, se vuelve siniestra disputa por la tierra y el agua, por los territorios y sus empleos.

Es entonces cuando aparentemente las bicicletas ya no sirven para nada. Los adultos no las usan por temor a morir en el intento ante la embestida de alguna bestia motorizada y los niños ya no salen a la calle, ni al parque, con ellas por el temor paterno de que no vuelvan.

Es entonces cuando en vez de parques, jardines y plazas, sus habitantes toman encerrados centros comerciales como lugares de esparcimiento. Ya no hay alamedas que poblar, sino “complejos” comerciales en los cuales consumir hasta consumirse. Quienes esa condición económica gozan, abandonan los espacios de la urbe y se encierran en la protección de la ubre. Entonces las urbes parecen ubres que dan lumbre.

En ese entonces, las ciudades dan miedo y dan desamparo, cuando en su naturaleza está el brindar cobijo y hábitat. ¿Por qué esa siniestra transformación? Porque quienes las habitamos las deshabituamos. Porque quienes en sus calles transitamos, basura echamos; quienes a sus parques asistimos, lastimar su flora nos permitimos; porque quienes construimos en su suelo, lucrar queremos sin consuelo; porque quienes su agua tomamos, sólo a cambio basura le damos; porque los que gobierno queremos, en su definición no nos comprometemos.

Por eso las urbes parecen ubres de lumbre, pero sin reciedumbre, pues esa condición inhóspita es la que nosotros les damos, no la que ellas nos ofrecen. Sólo nuestros cuidados sus cuidados no darán. Ojalá lo comprendamos pronto, antes de que sea demasiado tarde. Ojalá.

(Artículo publicado en la revista digital inmobiliaria moreliana Zona U en la semana del 19 al 25 de julio del 2010. Se reproduce aquí con la autorización de los editores)

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