domingo, abril 04, 2010

Muerte y Resurrección

Iniciar de nuevo. Otra vez. Como si nunca nada hubiese comenzado a acabar, como si siempre todo hubiere terminado por empezar. Respirar, inhalar, aspirar, exhalar. Ir y venir, volver. Muerte sin fin, diría el poeta. Nacimiento sin concepción. Resurrección.

Descubrir todo el horizonte en tu tacto. Volver al origen y su manantial circular. Volver a ser yo por ti, gracias a ti, sólo en ti. Volver sobre los trazos exultantes de este amanecer agónico que, insigne, se redime mientras la gran bola preña la bóveda del mar, antes de que la luna salpique de estrellas mi noche y el manto que habrás de develar con tu alba y sus trazos exultantes. Y así una y otra vez, por los siglos de los siglos. Alabado.

Descubrir todo el horizonte en tu tacto es como recorrer todo este universo en la palma de tu mano, como navegar contra corriente en un mar abierto de sensaciones encarnadas en el deseo de naufragar alguna vez, aunque sea alguna vez, otra vez, en aquella grieta húmeda que anunció al firmamento antes de que se nos encendiera sobre la piel de arena donde duerme el destino y su explicación furtiva, donde todo lo nacido tuvo un sueño y, onírico, se despertó en él.

Descubrir todo el horizonte en tu tacto es como estallar en una implosión estelar, como ensordecer al mudo e infinito cosmos con el alarido de parto en el que por dentro destello, una sola pero intensa vez, al morir en silencio para renacer en tus brazos exhausto y cautivo; pequeño y loco como espasmo de orgasmo con el que me pasmo de entusiasmo para, luego, en serena ansiedad, volver.

Ir y venir, como si en el horizonte de la palma de tu mano, como si en el universo de tu tacto. Voy y vengo y me quedo aquí, por los siglos de los siglos, como se tiene ya dicho. Me consumo y me resumo y vuelvo a empezar, me guía aquella luna del quinto mes que en una canasta de alcatraces pierdo para que me encuentre y me libere al hacerme suyo, tuyo, mío, nuestro; desprovisto de persona y conjugado en ese verbo que fertiliza al pronunciarse. Pequeño y loco, vuelvo sobre mi y me meto en ti. Solo así puedo respirar otra vez antes de sumergirme de nuevo como huevo.

No encuentro la salida, pues la entrada es tan ancha. Sólo sé comenzar de nuevo, otra vez. Y muero. Ahora lo sé: eres la luz y no hay cruz, sólo estos nostálgicos maderos cargados de semillas y suspiros. Muero y vuelvo en ti. Me redimo en ésta, tu muerte y resurrección.

(Una versión anterior de este ensayo fue publicada como Dormingo en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 4 de abril del 2010, a la sazón Domingo de Resurrección)

No hay comentarios: