domingo, abril 11, 2010

Los hombres y las agujetas

Amarrar las agujetas es a la edad de los hombres como las capas geológicas a la edad de la Tierra. Con ellas se puede, fácilmente, determinar sus años de existencia. O al menos los periodos por los que su vida transcurre.

Invariablemente para los varones de nuestra especie, amarrar las agujetas comienza siendo un desafío imposible de resolver y termina siéndolo también. Al principio es un juego, al final, una tragedia.

Para un niño pequeño, amarrarse las agujetas puede ser un juego divertido para el que, además, siempre queda el amoroso expediente de que Mamá o alguna dama caritativa o, en el peor de los casos, Papá o algún caballero solícito, acuda al auxilio para resolver el asunto ése de pasar los dos extremos de la agujeta entrelazados hasta lograr, quién-sabe-cómo, un moño que coronará la parte frontal y superior de sus incómodos zapatos.

Para un hombre viejo, el lograr llegar hasta la lejana posición en la que se encuentran los píes y sus zapatos puede ser una travesía que tome tantos años y esfuerzos como los que lleva buenamente depositados parado en este planeta que da vueltas sobre su propio eje y alrededor del sol. Ya no digamos lo tremendo que resulta intentar, frecuentemente sin éxito, lograr en semejante posición que los dedos respondan a las indicaciones del cerebro y las manos eviten ese temblor que antes hubiera enloquecido a cualquier damisela expectante.

En el ínter está la adolescencia y la juventud primera. En esas etapas andro-geológicas el amarrarse los zapatos no es un asunto en el orden del día. Se realiza con una naturalidad propia de una edad donde el cuerpo funciona perfectamente para lo que fue concebido. Cualquier muchacho se amarra las agujetas sin tomar conciencia de lo que hace, como le suele ocurrir muy a menudo.

Los problemas comienzan al llegar a los avanzados treinta-y-tantos y comienzan a agravarse a los cuarenta-y-varios. Entonces, entre la intención de amarrarse las agujetas y la posibilidad de lograrlo se encuentra un impedimento físico más o menos monumental llamado coloquialmente barriga. Digamos que el crecido abdomen se vuelve en una barrera difícil de franquear sin someterse a la sofocación humana. En esas condiciones, los machos de la especie optan por amarrarse las agujetas sentados y con la respectiva pierna cruzada, con lo que muy frecuentemente logran paradigmáticos moños en extremo orillados por obra y gracia del impedimento psico-motriz que implica encontrarse con una panza más o menos protuberante. En esos casos el presunto implicado se delata por traer en el zapato izquierdo un moño radicalmente situado en el lado derecho y en el zapato derecho uno drásticamente ubicada en el extremo siniestro, es decir: izquierdo.

Claro; siempre hay vivales que buscan evitar el curso de su propio destino usando mocasines toda la vida… pero entonces solo logran confirmar la regla con su excepción.

No hay salvación: al amarrarse las agujetas, el hombre enfrenta su tremenda condición como destino; entre el juego y la tragedia su historia transcurrirá hecha un nudo. Ante la vida, como ante los zapatos, para hallarse más le valdrá desatarse para sólo atarse a aquella mujer que será su perdición. Sólo así se salvará.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 11 de abril del 2010. Felizmente, la viñeta es de la grande Ana Lucía Solís, Colibrí)

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