domingo, marzo 21, 2010

Colibrí (Ensayo sobre la inspiración)

A Ana Lucía Solís, Colibrí,
que ayer se casó.


De aparición breve pero sempiterna, la Colibrí despliega sus alas y bate la conciencia como si de revoloteos sensorios se tratara, como si de una ocasión fuese oportunidad, como si de un vago vagón en su estadio de estación; como si de la vida en un instante.

Ligera, la Colibrí irrumpe destellante y quema la historia que en papel papiro podría escribirse, como si corteza de árbol incinerado, como si de arena marina sublevada, como si de gruta terrestre insurrecta, como si de piedra volcánica aún ardiente, todavía moldeable, persistentemente porosa, como esponja de lava, como bifurcación diversa, como caleidoscopio múltiple, como receptáculo de suspiros vanos a menos que se liberen airosos.

Sorprendente, la Colibrí arriba y sorprende, prende, pende. En tanto, la Colibrí insinúa el camino y el caminante lo afirma con paso firme, con huella con mella, con ruta impoluta. Hay que sentir para existir, y la Colibrí asiente mientras nos siembra su simiente, la que se lleva para esparcirla por dentro del viento, por encima del pensamiento.

Va la Colibrí y vamos todos con ella, en pos de esa quimera primera. ¿Acaso tan pequeña es tan inmensa? ¿tan breve, tan inconclusa? ¿tan inédita y tan redimida? Viene y se va la Colibrí, como si de cometa fuera su estela. Como si de imprevistos retornos fueran sus entornos, ya no de papel, sino de cósmico oropel; de fantasías en tropel.

Así, la Colibrí colma el preciso momento, el exacto destello en el que todo se aparece y todo se mece en aquél sueño que parece que perece porque el que se enaltece no comprende que nace, no yace.

Es ese el tiempo de la Colibrí, el tiempo de un templo donde nuestras plegarias han pretendido ser legendarias. Es esa la forma majestuosa de la pequeña Colibrí, inmensa en ti, exultante dentro de mí.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 21 de marzo del 2010)

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