sábado, noviembre 28, 2009

Mujeres Estandarte (Dormingo)

A Sandra, en celebración y admiración.
Pasan y las retratan como tormentas, pero llevan bajo el brazo un trozo de pan que recién han horneado. Traen en las entrañas todas las sonrisas y algunas de sus risas, las que se lavan en lava y amanecen al alba, antes de que el mundo aparezca. Toda la fuerza y toda la ternura, toda la alegría y buena parte de la tristeza, dolor y esperanza, pasado y futuro en un presente que se licua bajo sus píes descalzos, los que con sus huellas marcan la impronta que importa porque es señal, faro, estandarte. Así están, porque son y es en su dignidad toda la intensidad de la premonición más diáfana: la de un mundo mejor.

Son mujeres impresionantes y enormes; grandes, propiamente grandiosas; potentes, propiamente poderosas; bellas, propiamente hermosas, como inmensos árboles lináloes que en la pulpa guardan su aroma como secreto venerable y de sus troncos nacen pequeños cofrecitos de madera y laca, en los que todas las bondades tarde o temprano se van a guarecer.

Son madres y viven solas con sus vástagos, como lináloe con ramo tierno, como luna de octubre. Los llevan pegados a la vida y al amor, y en sus caritas se refleja el rostro de quien se asoma para siempre a un beso después de nacer. Con el varón progenitor en cercanía o lejanía, en presencia o ausencia, su verdadero hado es destino de una grieta sin embargo incólume en tanto redimida.

Su condición es fuerza y desafío inconmensurable. Yo no sé cómo le hacen, pero sé que lo hacen: están en todos lados y lo pueden todo. En su ubiquidad bañan niños y los llevan a la escuela, van al trabajo y construyen patria, van al mercado y cosechan mandarinas, dirigen organizaciones complejas y disuelven con la sencillez de una sonrisa toda la bruma de las tareas escolares, todo el día laboran y al fin de la jornada van al supermercado a comprar plastilina y pegamento, la noche las encuentra en afán y la madrugada las sorprende en la regadera antes del uniforme, el desayuno y la escuela.

Son impresionantes y enormes, por eso su sombra nunca termina, ni cuando el sol inhibe la mirada. Son grandes, propiamente grandiosas, pero a veces se asoman al absurdo precipicio de la culpa. Son bellas, propiamente hermosas, y no pocas veces son agredidas por el ánimo imbécil de quien supone que son fáciles porque no sabe lo difíciles que están.

Son mujeres espléndidas y esplendorosas que un día se van a detener para que las alcancemos. En su soberanía está la clave que descifra un mundo de seres libres y amorosos. Ojalá lo entendamos antes de que sea demasiado tarde. Por lo pronto allí están, como estandarte para esta vida que anhela.

(Dormingo para publicarse en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 29 de noviembre del 2009)

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