jueves, septiembre 24, 2009

Septiembre: Morelia, Michoacán, México. (Dormingo)


Verde, blanco, rojo. Un águila, una serpiente, un nopal. Foquitos multicolores, confeti, serpentinas. Gorros, trompetas, pendones. Un padre, un cura y un sacerdote: todos excomulgados, todos por reivindicar. Uno, dos, tres: doscientos. Doscientos años, muchos años y los que faltan. Gente, mucha gente: todo un pueblo con su nación por dentro, con su país a cuestas. Una campana, un rito, un grito: miedo.

Pozole, buñuelos y atole. Corundas, uchepos y churipo. Olla podrida, aporreadillo, ate de membrillo. Los olores, sus sabores, sus colores. Calores. Gente, mucha gente: toda una comunidad con su conciencia colectiva extraviada. “Del mar los vieron llegar”… ¿a dónde ahora van? Toda una inmensa grandeza, sumida en su pobreza. La alegría, la profunda alegría de estar juntos, todos juntos: pegaditos, igualitos, morenitos, calientitos como recién hechos de maíz y en diminutivo, chaparritos y gorditas, carajitas y bonitas. Historia, identidad, fuerza: la raza de bronce. Epopeya, independencia, revolución, crisis: incertidumbre.

Así llegamos al bicentenario, luego lo haremos al centenario. Qué raro, debería ser al revés: primero el cien, luego el doscientos. Pero así somos, hijos de la Santísima Virgen de Guadalupe, hijos de los dioses que nos hicieron con maíz y lodo, hijos de la chingada que, nos han insistido, sucumbió ante la fuerza violadora del poderoso y nos engendró con este estúpido trauma que ahora nos dice que “sí se puede”, pero no lo hacemos.

Son las Fiestas Patrias y su cronofílica afición por la acumulación y conmemoración (¿celebración?) del amontonamiento ritual de los días, los años y sus ciclos, ahora dizque seducidos por el arribo de los centenarios en uno y dos tantos, con su carga de imprecisión, demagogia y oropel, pero también de especulación, miedo e incertidumbre.

Está bien: ya llegamos hasta aquí. Quién sabe cómo y por qué. Sobre todo quién sabe cómo y por qué así, tan debilitados y exhaustos, si somos tan fuertes y poderosos: un país rico y un pueblo pobre. Qué bárbaros. Qué bárbaros y qué bárbaras.

Está bien: ya llegamos hasta aquí. Es esta la víspera del bicentenario del movimiento independentista. Hay mucho atrás. Pero hay más adelante. Nos gusta como somos, pero: ¿nos gusta cómo estamos?. Por qué no en vez de escudriñarnos el pasado, mejor nos imaginamos el futuro. Conmemoremos el bicentenario, pero celebremos mejor el segundo bicentenario: el que anuncie y consagre la nación que somos y el país que queremos ser. Que Viva México, chingaos.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 13 de septiembre. La viñeta es de la gran Ana Lucía Solís, Colibrí)

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