
Imprescindible pero majaderamente ninguneado siempre en los recintos sanitarios con que las oficinas públicas agreden a sus habitantes y visitantes; allí nunca hay papel de baño. Por ello todo empleado prevenido, que vale por dos, resguarda con recelo el suyo propio en algún cajón de su escritorio, si acaso junto con su respectiva tacita para el café y el cepillo de dientes para la ocasión. Tampoco lo hay en los mal llamados sanitarios de varias de nuestras mal llamadas autopistas, y si lo hay es menester pagar por él a un despachador que invariablemente nos entrega una porción de pésima calidad y cuantía en todo punto insuficiente. Por ello, hay quien asumido como viajero mexicano siempre porta con un rollo de papel de baño en su vehículo automotor, no pocas veces expuesto con gran talento y donaire justo al lado del cristal posterior para muestra edificante de la concurrencia. Just in case…
Los hay de todas formas y presentaciones, convenientemente con todos los poderes adquisitivos y las preferencias de sus anhelantes consumidores: grandes o pequeños; anchos o angostos; de simple, doble y hasta triple hoja; como de papel de china o como de papel estraza; corrugados o lisos; estampados o llanos, bueno hasta con dibujitos de ositos y otros varios géneros de emblemas que alguna mente enferma dispuso debían en ellos estamparse con quien sabe qué insanos propósitos. También los hay con olores y colores diversos. Lo que no sé es si los haya con sabores, pero sí es posible encontrarlos con gentiles ungüentos y ¡aloe vera! Vaya.
También su empleo, aunque genéricamente inequívoco, puede ser objeto de estilos distintos, muy probablemente denotativos del rasgo de la personalidad del inculpado. Hay quién simplemente lo toma y lo usa literalmente hecho bolas. Hay otros que lo doblan cuidadosamente, incluso buscando hacer coincidir los dobleces con las marcas que dividen a las hojas y permiten su mejor disección. Hay quien lo desecha en el depósito del wc y hay quien lo avienta al bote de basura que usualmente sobrevive a su lado, como si las restos de heces fecales humanas no se pulverizaran y en el aire como partículas suspendidas quedaran.
De igual manera, multiformes son las que asumen su presentación: algunas veces al lado del wc, otras sobre él, unas más apilados en propiciatorio mástil, las más de ellas en pequeños dispositivos empotrados o sobrepuestos a la pared. Es esos casos, hay quien prefiere que el papel penda frente al hipotético usuario y quien prefiere encararlo a la pared, dificultando sádicamente su acceso.
Por eso, frente a tanta diversidad y pluralidad de este indispensable, cotidiano e imprescindible sacrosanto invento es dable establecer con certeza y contundencia que en cuestión de estos gustos es siempre preferible romper géneros que papeles. Fue por ello que, beligerante como es, uno de mis colegas estudiantes en el extranjero fue preciso en al menos uno de los acuerdos que logró convenir con su entonces joven y reciente esposa: siendo, como todos éramos, becarios – precarios, menester evidente era ahorrar en todo. En todo, menos en el papel de baño. Eso se lo reservaba él bajo la encomienda de conseguir el que mejor le viniera a su soberana gana y muy apreciado gusto por tan singular cuidado personal. Siempre juzgué a mi amigo como hombre sabio y cabal. Y ahora estoy seguro de que no fue esa la razón de su primer divorcio, no sé si del segundo, pero casi estoy seguro que no. Hay cosas, por pequeñas que parezcan que siempre hay que honrar. Hay cosas con las que no se juega.
Menos cosas como las que este dormingo han merecido este rollo, nunca mejor dicho. Vale.
(Dormingo publicado en la edición impresa de Cambio de Michoacán del 9 de agosto del 2009 )
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