domingo, agosto 16, 2009

Atardecer (Dormingo)

Un ave pasa. Su vuelo es definitivo, tiene dirección y contundencia. Sabe a dónde va. Tras ella, la parvada. Una, dos, tres, cientos de aves salpican el viento leve de la tarde. Su canto inunda el aire. Pareciera que gritan para advertir: ¡el día muere!

Es el atardecer. Las sombras se alargan hasta desaparecer, lánguidas y taciturnas. Es el momento que todo lo ve. La hora azul anuncia la inevitable: la gran bola se va, se torna naranja encendida otra vez.

Como en toda agonía, antes del fin hay un espacio para la calma más sublime. La hora azul llega con su luz más diáfana. Todo se vuelve claro, tan comprensible.

De pronto, un gran manto rosa y azul todo lo cubre. Fue así también al principio, cuando la gran bola nació. Pero ahora es el final. Otra vez, vamos hacia el punto de equilibrio entre el todo y la nada, la luz y su ausencia, el día y la noche.

Es éste el otro punto de inflexión de nuestra codificación binaria del tiempo y de la vida. Bien valdría dedicarle un poco de sorpresa diaria. Estamos ante la representación simbólica de nuestra mortal existencia.

Un ave pasa y sabe dónde va. Es hora de guarecerse, acudir con los suyos y celebrar la noche con su oscuridad y frescura libertaria. Es el momento del sosiego, del reposo del espíritu sin frenesí. Ya habrá tiempo de salir, después, a la luz. Ahora, es el atardecer, el momento de reconciliarse con el mundo.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 16 de agosto del 2009)(La viñeta es de la gran Ana Lucía Solís, Colibrí)

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