Es fea, pobre y poderosa. Tres atributos que nuestra primitiva y casi perenne misoginia no está dispuesta a soportar. Se llama Caster Semenya y es la campeona de la carrera de 800 metros planos en el mundial de atletismo de Berlín 2009. Esfuerzo sublime, velocidad asombrosa, medalla de oro; vuelta olímpica suspendida ante la rechifla del estúpido auditorio. Tiene 18 años y la Federación Internacional de Atletismo le exige a su similar de Sudáfrica que acredite que, a pesar de su supuesta apariencia, Caster es mujer y no hombre. No se puede ser poderosa, pobre y fea.
La estupidez no tiene límites. Es absoluta. Por eso este mundo de hombres brutos y mujeres brutas no acepta a las mujeres bravas: fuertes, altaneras, independientes, poderosas, bonitas en su cualidad vital, campeonas.
Su abuela, Maphuthi Sekgala, de 80 años, declaró “Dios ha sido el que le dio ese aspecto”. Ella y su nieta viven en un pueblo del interior de Sudáfrica, donde se crió sin electricidad ni agua corriente. También su padre ha tenido que salir al quite, pues el comité organizador de Berlín ya hasta la sometió a siniestros exámenes, ginecólogo y psicólogo incluidos.
¿La causa? sus “rasgos masculinos y voz grave”. La estupidez no tiene límites, es absoluta. Ojalá un día finalmente nos quitemos esa idea macabra de que las mujeres, para serlo plenamente, deben ser bonitas, tiernas y sumisas: tontas y sometidas. Como bien dice una amiga entrañable, también las hay bravas y fuertes, como Caster Semenya. Y cada vez hay más, por fortuna.
Mujeres bravas cuyo poderío no está peleado con su feminidad. Ahora las mujeres pueden ser bonitas y tiernas, pero también poderosas: bravas. Ternura y poder, sintetizado en el cenit de la naturaleza humana: el de la mujer que se ha decidido a ser ella misma y a correr la carrera de la vida como campeona, como mujer, como exhalación de un mundo que viene. Y pronto. Pobres de los y las que no lo entiendan; de ellos será el reino del pasado.
(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 23 de agosto. La viñeta es de Ana Lucía Solís, Colibrí)
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