domingo, mayo 03, 2009

Universidad

Claustro y juventud, razón y potencia. La ciencia y las humanidades, la creatividad del arte y la imaginación de las normas, la ingeniería del hombre y la química del mundo, su naturaleza y su metafísica, la filosofía y las matemáticas, el amor y la vida, el amor por la vida y el amor por las razones y la potencia de la vida. Tolerancia y universalidad, la inteligencia emocional de una comunidad que se respeta: la Universidad, el nervio central y la columna vertebral de la conciencia nacional, donde se fragua su pensamiento y donde se orienta su acción.

El campus pletórico de muchachas y mozalbetes que en borbotones portan sus energías como estandartes en ebullición perenne. Las aulas y sus pasillos, las explanadas y sus recovecos como ocasión para manifestarse en el vértice de la consumación de sus primeras dos décadas de existencia, suficientes para saber todo, poder todo, quererlo todo.

Jóvenes que se reúnen y estudian, piensan y crean, sienten y razonan, aprenden y aprehenden, se encuentran y se tocan, se conocen y se hacen amigos para toda la vida. Algunos, incluso, se casan y de fiesta se van por el mundo.

Junto a ellos, el Maestro, con mayúscula, con grande y respetabilísima Mayúscula. El Maestro que es el profesor y la profesora que brega por entre sus historias y conocimientos y entre las historias y conocimientos de los otros, de los muchos otros Maestros e ilustres, para llevar las luces de la razón y el entendimiento a sus pupilos, a sus alumnos y, los mejores, a sus discípulos que pronto serán amigos y colegas, quizá también Maestros.

El placer inconmensurable del saber, gozo creativo del humano hecho ser que piensa y existe. La biblioteca, el aula y el cubículo como fértil espacio donde se hace la luz y se experimenta la inigualable sensación de entender las cosas, simplemente de entenderlas o, más aún, de explicarlas y transformarlas.

Ningún otro espacio profesional para ser en plenitud como la Universidad. Quién al salir de impartir clases en el aula con los muchachos, sereno y ligero transita por su campus abierto y fresco, lo sabe y sabe bien que es la misma Universidad que existe desde existe esta la sociedad que con ella se hizo moderna y que siempre ha estado allí, como él o ella misma; quizá distinta en forma, pero idéntica en sustancia.

Escuela última, magnánima y magnífica, donde la juventud se hace Mujer y Hombre universal y preciso, y se va andar por la vida. Espacio universal donde lo mismo el espíritu habla por la raza, que la verdad nos hace libres y en donde aún, como en la Nicolaita, palpita vigoroso el corazón de Melchor Ocampo y de tantos otros que, como el Rector Miguel Hidalgo, nos han dado patria y libertad, potencia y razón. La Universidad, la querida Universidad.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 2 de mayo del 2009)

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