viernes, enero 30, 2009

Democracia Representativa y Participativa

La palabra puede significar muchas cosas para mucha gente, pero el concepto siempre es el mismo y refiere a las formas y circunstancias en que las personas participan efectivamente en la toma de decisiones que les atañen. Éso es la democracia: que la gente participe en la toma de decisiones colectivizadas y obligatorias (la política), con base en un conjunto de procedimientos y valores que garanticen que todo aquel y aquella que lo desee pueda participar libre y responsablemente. La forma en cómo este criterio elemental se materialice depende de circunstancias históricamente determinadas y siempre evoluciona correlativamente a la propia evolución de las comunidades y sociedades donde cobra vigencia.

Ya adjetivizada, la democracia asume diversas cartas de naturalización que la vuelven diferente hasta de sí misma. Democracia económica, democracia social, democracia política, por no hablar de la democracia popular, democracia liberal, democracia socialcristiana... y un sin número de adjetivaciones que pueblan el repertorio de nuestras aspiraciones justicieras y justas, que con ese norte quiere orientarse la democracia.

Siendo así, resulta que en nuestros días y en Michoacán mucho se discute sobre dos supuestos tipos diferentes de democracia adjetivizada: la democracia representativa y la democracia participativa.

Unos dogmáticos nos quieren hacer creer que la primera, la democracia representativa, consiste sólo en un conjunto de procedimientos que permiten que la soberanía popular se ejerza a través del desempeño de instituciones representativas. Otros dogmáticos nos quieren convencer en cambio que la segunda, la democracia participativa, consiste sólo en un conjunto de procedimientos que permiten que la soberanía popular se ejerza de manera directa, es decir: sobre la base de mecanismos de participación popular soportados en una u otra forma de asambleas públicas. Los más dogmáticos de todos postulan que una y otra, la representativa y la participativa, son formas de democracia no sólo diferentes sino antagónicas. Se equivocan, como suelen hacerlo los dogmáticos, cualquiera que sea el dogma que profesen.

En realidad una y otra se requieren mutuamente para funcionar efectivamente. Por ello la democracia representativa solo puede funcionar gracias a recursos de la democracia participativa. Porque piénsese, por citar quizá el ejemplo más importante, en las elecciones en un sistema de democracia representativa: gracias a las elecciones se integran los poderes públicos de las instituciones representativas. Las elecciones en la democracia representativa representan los momentos cúspide del ejercicio efectivo de formas de democracia participativa: el momento fundacional, legitimador por antonomasia, cuando la asamblea popular se manifiesta directamente y constituye los órganos de representación. En la democracia, la representación deviene de la participación.

Lo mismo ocurre con la así llamada democracia participativa. Tarde o temprano (mas temprano que tarde...) la asamblea participativa requiere designar representantes para velar por el buen cumplimiento de acuerdos, conducir sus deliberaciones y delegar parte de su soberanía en distintas formas de mandatos que siempre terminan en alguna forma de representación. En la democracia, la participación deviene en representación.

Por eso la discusión que plantea a la democracia representativa y a la democracia participativa como opciones antagónicas e irreconciliables puede suponer un dilema falso, inexistente, innecesario y, peor aún, en todo punto inútil. Si de lo que se trata es de hacer avanzar la democracia como formas y circunstancias en que las personas participan efectivamente en la toma de decisiones que les atañen, en nuestro mundo real de cada día el único camino posible es el de combinar ambas conceptualizaciones o adjetivaciones del mismo fenómeno: que la gente participe en la toma de decisiones colectivizadas y obligatorias (la política), con base en un conjunto de procedimientos y valores que garanticen que todo aquel y aquella que lo desee pueda participar libre y responsablemente.

Y como históricamente ha sido la democracia representativa la que ha imperado en nuestras sociedades y la que ha comenzado a mostrar diversos signos de agotamiento y erosión de la base de su legitimidad (sustentada en la participación ciudadana deseable pero cada vez más desafecta y abstencionista), parece aconsejable y evidente que esa combinación consiste en transitar de las formas representativas hacia las formas participativas, no para anularse las unas a las otras en la democracia, sino para complementarse y fortalecerse mutuamente.

En el mundo de hoy, en el México de hoy y en el Michoacán de hoy, un par de milenios después de que a los camaradas griegos se les ocurrió inventar el nombre y la cosa, la democracia deseable y factible está en algún punto de encuentro y combinación entre la democracia representativa y la democracia participativa. Un punto donde la participación del pueblo fortalece, nutre, legitima y eficientiza a las instituciones representativas del poder público que, según la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, todavía dimana del pueblo y se instituye en su beneficio, siendo que el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno, como lo ha venido haciendo en México desde hace ya más de veinte años con sus organizaciones, medios de comunicación, centros de pensamiento, partidos políticos, instituciones legislativas y de gobierno. ¿O no?.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Carlos,

Coincido plenamente contigo en que ambas, democracia participativa y democracia representativa; se necesitan y se enriquecen mutuamente. Es por ello que celebro, a más no poder; los Foros Regionales para la Democracia Participativa que han emprendido las organizaciones de la sociedad civil, las instituciones educativas y el Gobierno del Estado de Michoacán. Seguramente, saldrán propuestas muy interesantes de estos espacios de reflexión y discusión ciudadana que se están llevando a cabo en diversas puntos de la Entidad.

Ciertamente, hablar de una democracia absolutamente representativa sería, no solamente utópico; sino hasta cierto punto absurdo. Los mecanismos representativos de nuestra democracia son indispensables para darle factibilidad a la misma. Sin embargo, creo que un elemento clave en la efectividad de esta transición hacia la representatividad de la que nos hablas; es la educación cívica.

En un país como México, (caracterizado por una gran diversidad de grupos sociales, y por ende, de intereses políticos); es necesariamente difícil llegar a consensos, pero lo es aún más, cuando sólo tenemos en mente nuestro beneficio personal.

Los mexicanos necesitamos adquirir una conciencia cívica sensata si queremos que nuestra democracia rinda los frutos de justicia y progreso que todos anhelamos. Esto significa respetar los derechos de todos los ciudadanos y no solamente los propios.

Es alarmante la poca conciencia que un vasto número de mexicanos tiene sobre sus obligaciones ciudadanas más mínimas. Basta con una breve caminata por el centro de nuestra bellísima Morelia para darnos cuenta de lo anterior: ¿Cuántos negocios contaminan con ruido el primer cuadro de la ciudad? ¿Cuántos automovilistas no respetan los pasos peatonales, los semáforos, o los sitios donde no está permitido estacionarse? ¿Cuántos mexicanos tiran basura o escupen en la calle? Honestamente, dudo mucho que estos mexicanos estén preparados para tomar parte en decisiones que comprometan el destino de su país.

Por otro lado, es innegable que dicha participación es un derecho inquebrantable. Sin embargo, también este derecho lleva consigo una profunda e ineludible responsabilidad a la que solamente ciudadanos con firmes convicciones cívicas podrán hacer frente de manera positiva. Es crucial, entonces, trabajar en la promoción de valores cívicos en todos los ámbitos. Sólo siendo mejores mexicanos, podremos tener un mejor México. ¿O no?

Laura

Carlos González Martínez dijo...

Laura!

Absolutamente de acuerdo contigo. Me encanta la idea de que compartamos la convicción de que la formación ciudadana es la única apuesta estratégica consistente para los esfuerzos democratizadores.

Te dejo un beso en la alegría de seguir juntos en este andar.

Carlos