sábado, diciembre 27, 2008

Deseos y dilemas... del Año Nuevo (dormingo)

Está en nuestra naturaleza cronofílica el medir lo que llamamos tiempo y el conceder significados renovadores al cumplimiento de los distintos ciclos con los que le ponemos ritmo y cadencia en su devenir. Es así que al final y al comienzo de un milenio, un siglo, una década, un lustro, un año y hasta un día le conferimos rituales e implicaciones semejantes al del nacimiento y la muerte. Por ello, suponemos que el término y correspondiente inicio de los ciclos en interminable sucesión conforman renovaciones incesantes bastante parecidas al concepto prehispánico del fuego nuevo.

Precisamente por ello, se nos da formular lo que llamamos deseos de año nuevo que constituyen una lista de acciones y conductas que consideramos deseables y que –supuestamente- nos prometemos honrar al inicio de un nuevo ciclo anual. Todas ellas constituyen cosas buenas que nos proponemos hacer o ser y conforman una especie de código de conducta que pocas veces se cumple a cabalidad. Son nuestros deseos de año nuevo que representan lo que decimos aspirar.

Pero lo difícil no es determinar el contenido de la lista. En realidad esa lista es bastante sencilla de confeccionar, incluso si se busca salir de los lugares comunes y simplones de hacer dietas, ejercitarse, ahorrar y querer a los seres queridos. Lo realmente difícil es cumplir sus postulados y supuestos compromisos.

Y la dificultad radica en algo simple y contundente que se llama congruencia. Una cadena fuerte y a la vez frágil que une lo que pensamos con lo que decimos y con lo que hacemos. Si la cadena se une y se cierra se genera un círculo virtuoso que alienta el virtuosismo de ser congruentes. Si la cadena no se cierra ni se une se abre un circulo vicioso, no virtuoso, que solo lleva al vicio de la frustración, la mentira y el engaño.

Por eso quizá lo realmente importante de semejantes listas no es tener claro los contenidos o tipos de deseos, sino las características y condiciones de los dilemas ante los que abremos de tomar decisiones que prueben nuestra fortaleza interior y nuestra cercanía a la congruencia o la frustración. Es así como nuestra congruencia con determinados deseos o valores no depende de nuestra capacidad de formularlos, sino de la capacidad de aplicarlos ante situaciones concretas que nos llaman a actuar en consecuencia: aquél momento de definiciones que solemos llamar “la hora de la verdad”. Hora que debería ser la hora de todos los días, de todos los momentos, de todos los años de toda la vida.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 28 de diciembre del 2008)

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