sábado, noviembre 08, 2008

Admiración y deseo (dormingo)


Tiene el amor diversas naturalezas: la filial o familiar; la de pareja y; la de los seres queridos, así denominados genéricamente. De todas ellas, se dice, la amistad (el amor intenso por un ser querido que no es familiar ni es pareja, ni se pretende que lo sea) es la más pura, pues es la única que carece de interés y demanda de reciprocidad. Y aún siendo la más pura, no podrá ser la más profunda, pues incuestionable es que el más profundo de los amores es aquel que los padres sienten por sus crías (cuando lo sienten, que debe ser siempre). Y en ello reside que el amor de pareja no será el más puro ni el más profundo, pero sí el más intenso, pues remueve como ninguno las entrañas indómitas de la pasión y también de la locura.

Intenso como es, el amor de pareja tiene varias edades; siendo éstas la joven, la adulta y la madura. Y en el transcurso de ellas, el amor de pareja -que nunca deja de serlo- va adoptando con cada vez más fuerza formas y contenidos del amor amistoso y del filial, de forma tal que en la edad madura los amorosos son más amigos y familiares que amantes.

En todas las edades del amor de la pareja perviven la pasión, como entrega irredenta por el otro, y la locura, como tendencia irrefrenable por vivir imaginarios idílicos, con ciertas dosis de mesura que siempre indican comportamientos gentiles como el compañerismo, la lealtad, la entrega y la solidaridad. Bien sabido es también que de la combinación de este triunvirato devienen las escasas fórmulas felices de las parejas que envejecen en buena lid, tanto como las maneras histéricas de implosionar en su seno los peores estallidos de las neurosis individuales y colectivas, siendo dicha implosión la que da lugar a las cada vez más frecuentes parejas disparejas y rotas.

Es así que cada edad del amor de pareja tiene sus propias combinaciones del triunvirato y expresiones que le son propias a cada edad como a cada pareja, que para eso son un mundo aparte. Pero hay un componente doble que le es común a todas esas edades del amor de pareja humana: la admiración y el deseo.

La admiración y el deseo mutuo, cierto, pero nuestra historia y nuestra cultura realmente existente determinan que se trata, esencialmente, de la admiración que la mujer siente por el hombre y el deseo que éste siente por aquella. Quizá sea también un poco la naturaleza que hace de la hembra humana un ser que busca protección y del macho humano otro que pretende la procreación. Algo ha de haber de esto y aquello, pero lo cierto es que la observancia demuestra que cuando hay admiración de ella hacia él y deseo de él hacia ella hay alegría en la pareja y que cuando deja de haberlos, pues deja de haberla; deja de haber alegría y deja de haber pareja. Por algo será.

(Dormingo del 9 de noviembre. Felizmente acompañado de la viñeta de Ana Lucía Solís, Colibrí)

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