domingo, octubre 17, 2010

Slow Food (I)

“Somos lo que comemos”
Ludwig Feuerbach

Así lo cuenta el profesor Honoré en su Elogio de la Lentitud: “todo empezó en 1986 cuando, cuando MacDonald’s inauguró un local al lado de la famosa escalinata de la Plaza de España romana”. Fue entonces cuando Carlo Petrini inició desde sus gentiles cocinas y sus hospitalarias mesas el movimiento Slow Food que, precisamente busca todo aquello que niega el voraz fast food: “productos de temporada, frescos y locales; recetas transmitidas a través de generaciones; una agricultura sostenible; cenar despacio con la familia y los amigos…”.

Alguien, por fin, comenzó a poner las cosas del alimento humano en su lugar, en su espacio y en su tiempo. Porque alimentarse no es sólo comer. Es recrearse como parte de la creación. Si polvo somos y en polvo nos convertiremos es porque de la tierra que nos vio nacer nuestros alimentos obtenemos, y porque las cazas que devoramos provienen de unas especies animales que distintas son de aquellas que a nosotros nos toman como sus presas terminales.

No somos sino un pequeño eslabón de una cadena alimenticia que es tan natural como la naturaleza con la que nuestras entrañas procesan lo que nos viene en gana ingerir, y tan social como la sociedad que nos enseñó que siempre es mejor degustar que engullir.

Y es que la noción no conciente de nuestra finita mortalidad y nuestra consecuente infinita entrega a medir y sucumbir ante el tiempo, terminó haciendo del horno de microondas y el ansia de consumo como sedante de nuestra fragilidad vital, los dos hoyos negros donde se ha querido echar por la borda a toda nuestra civilidad culinaria.

Hoy, se dice, los “modernos” comen frugalmente y rápido. Sin distracciones, más allá de las que la “modernidad” permite a través de artilugios electrónicos de todo género. Comer es para ellos sólo una estación de servicio para las máquinas de trabajo enloquecido en los que nos quieren bestialmente convertir. Así, entonces, el comedor devendría en los “pits” de unos carros de carrera sin correa.

Así se dice y, lo que es peor, así se piensa y así se actúa. Y así se pretende claudicar del estandarte vitalicio que consigna que cuando a la mesa vamos, acudimos a un expediente fundamental de nuestra cultura, a la afirmación constante y cambiante de nuestras señas de identidad, y –lo que, literalmente, a la postre es más relevante- nos congregamos con los nuestros para, en comunión, comunicarnos entre sí y con nosotros mismos, siendo en lo que comemos y con lo que nos alimentamos como somos: en cuerpo y alma.

(Dormingo publicado en la edición impresa de Cambio de Michoacán del 17 de octubre del 2010)

1 comentario:

Va Morelia dijo...

Bien la diversidad, lo organico y lo mejor que es tomar consciencia de acto mismo de comer.
Recien fui a una platica del representante de Slow Food en Michoacan, increible, muchas verdades no dichas.

Muy buena tu info

www.vamorelia.com