domingo, julio 04, 2010

Tío Rolando

A mi Abuela Lilia,
con amor infinito


Salón Bombay. Cualquier noche de cualquier día. Los días de esplendor, sus noches benditas. Salón Bombay o el Califa o el Azteca. Las luces, la música, la raza, el calor, el ritmo y sus cadencias, el pasito chilango, ése que se quiebra a media cadera, el sonido de cristales y el murmullo de la existencia finita. La orquesta y la banda. Sonia López y la Santanera. La alegría y la vida. De súbito: “paaaaaaaren la música!!... Danzón dedicado al Lic. Rolando Martínez y amigos que le acompañan!!”. Y la música paró.

Un contingente de profesores extranjeros entra, sonrojados. El respetable les abre paso hasta su mesa de pista. Han llegado a lo que de mexicano y definitivo tiene el significado de la algarabía. Han llegado a la región más entrañable de la bondad. Les conduce, gentil chamán pletórico de vida, el Lic. Martínez; el Tío Rolando.

Bailarín consagrado, gran conversador, más bien chaparrito, profesor universitario por antonomasia, la Universidad -la UNAM- como encarnación y devoción, oaxaqueño insigne, trovador de veras, hombre bueno y cabal, buen catador de buen vino y buen degustador de las cosas y las personas buenas de la vida, fumador consagrado de habanos, imprescindible mirador futbolero (¡cómo no te voy a querer!), camarada declamador y de mente indomable por cuanto brillante y constructiva, amigo con mayúsculas enormes y absolutas, el Tío Rolando los condujo tantas veces hasta allí y nos trajo a todos una sola vez hasta aquí, hasta este punto donde uno aprende a caminar en compañía, pero no a despedirse en soledad.

¿Y ahora qué, después de que la música paró? Ahora el danzón infinito de la danza finita.

Porque la algarabía del baile perdura, aún después de la música y sus danzantes. Por eso el danzón será infinito aún a pesar de lo finito de su danza. Las sensaciones quedan en impronta en eso que llamamos espíritu aunque su recipiente corpóreo se desvanezca.

El bailarín descansa, su baile sigue. Su estela es indeleble. Su presencia es perenne. Ahora la música va por dentro y en ella anida un inagotable danzonero de amor. La materia y su cuerpo frágil se consume como notas de un pentagrama, pero el espíritu y su presencia se quedan por siempre porque se nos quedan por dentro, en la sangre, en la epidermis de la vida, no del cuerpo, en esa piel de la risa que te nace cuando bailas música fraterna.

Es difícil despedirse cuando no quieres que alguien se vaya. Pero es más difícil despedirse cuando alguien no se va. Por eso: ¡¡paaaaaaren el texto!!... ¡¡Palabras dedicadas al Tío Rolando y amigos que le acompañamos!!

(Ciao, Rolex, allí me apartas un lugar junto a ti, con vista al mar).

(Una versión anterior de este texto fue publicada como Dormingo en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 4 de julio del 2010)

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