domingo, mayo 16, 2010

Dar clases (en ocasión del día del maestro)

A mis maestros, y ¡a mis alumnos!
Dar clases es como torear. O al menos esa es su expresión plástica más cercana. Como yo nunca he toreado pero soy profesor que ha visto y sentido ver torear cientos de veces, no puedo saberlo de cierto pero lo supongo: dar clases debe ser como torear. La misma emoción y la misma necesidad de dominar el espacio, la arena y las embestidas con soberbia elegancia y elemental instinto de sobrevivencia. Si el diestro sale airoso podrá ser vitoreado y aún levantado en hombros con veneración. Pero si no logra pasar la prueba con éxito el oprobio lo puede llevar hasta el lindero agónico de la mala fama y aún al barranco letal de perder talento y vida.

Dar clases es sobre todo y ante todo una fiesta, una celebración colectiva y vital. En eso se parece a la fiesta brava. El hombre (y la mujer también, claro) frente a sus más emblemáticas bestias: la naturaleza indómita y el conocimiento indomable.

Desde el paseíllo del claustro, el profesor (la profesora) se viste de luces y aparece espectacular al centro del coso. Todos expectantes, esperan que despliegue sus mejores artes e imparta cátedra al encarar a la vida de frente a la bestia o la bestialidad. Sus movimientos y destrezas mil veces ensayadas deben manifestarse soberbias en la elocuencia de la improvisación ante embistes imprevistos, preguntas e inquisiciones del respetable vuelto verdugo o redentor.

Enfrentar a un público que escucha y califica antes de disponerse a entregarse dócil a aceptar nuevos conocimientos y datos, es una experiencia plástica que expone al sujeto ante una fuerza descomunalmente superior a la suya sin más armas que los talentos de los que se supone provisto y que debe acreditar para no sucumbir en el intento.

Por ello, los primeros 30 minutos frente al grupo de clase son como los primeros pases con la muleta en el primer tercio de la faena. En ellos y con ellos, se establece quién conduce la fiesta en la arena o en el aula. Lo demás es dejar que el profesor (la profesora) conduzca el semestre como una tarde grande de grana y sol. Quien lleva la experiencia y la vocación, lleva el capote y la espada. En su buen temple y figura radica la posibilidad de hacer del conocimiento y la reflexión crítica una fiesta que invita a hacer del estudio una profesión y de la vida una constante emoción.

Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 16 de mayo del 2010

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