
En otros lados, el mismo día, decenas de policías son atacados con ráfagas de plomo en los hoteles donde se alojan mientras son llevados en leva a participar en fracasados operativos contra la mafia. Casi una decena de ciudades en el centro, occidente y norte del país viven de manera cuasi sincrónica enfrentamientos entre policías federales y narcotraficantes, más bien: entre narcotraficantes y policías federales. Hay civiles muertos y heridos, sin mayor culpa que haber estado en el lugar y el momento equivocado.
Poco antes, unos días, el presidente y todas las autoridades de un municipio cercado, dominado, sitiado por la mafia renuncian en pleno: no pueden más, no cuentan con los recursos del Estado para enfrentarle, proteger a la población y protegerse a sí mismos. Las amenazas y los ataques a sus familiares más cercanos hacen mella: se van, abandonan el poder civil. No hay Estado.
El pueblo en ira, la mafia en ofensiva, las instituciones en crisis. “¿Qué no sentís la gestación del fuego?”. Así nos interrogaba Práxedis Guerrero hace ya un poco más de un siglo, cuando percibía y anunciaba los albores de la revolución de 1910. Claro, las circunstancias son distintas, aquí nadie (o casi nadie) está hablando de revolución. Claro que las circunstancias son distintas: ahora tenemos a 6 millones de mexicanos que se suman a la pobreza extrema en lo que va del sexenio, aquella pobreza que supone que la gente no tiene para comer. También la circunstancia es distinta porque ahora tenemos a 7.5 millones de jóvenes mexicanos que no trabajan ni estudian. Es distinta porque en 1906, cuando escribía Práxedis, en México había menos de 15 millones de habitantes, los que ahora prácticamente suman los nuevos pobres extremos y los jóvenes sin presente. Qué, en verdad, ¿no sentís la gestación del fuego?
(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 13 de diciembre del 2009)
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