domingo, mayo 31, 2009

Sencillamente (dormingo)

A Nacho y Claudia,
sencillamente amigos queridísimos.


A la vida solemos presentárnosla con un rostro adusto y solemne, a veces severo, a veces liberador, a veces del brazo de un festejo exultante, pero siempre pesado y definitivo. En los rasgos de su perfil diverso vemos o solo queremos ver sus grandes cosas, sus enormes acontecimientos, sus pesos abrumadores, para bien o para mal, como marcas graves y profundas. Estamos acostumbrados a fijarnos en las grandes cosas y dejamos de ver, valorar y sentir las pequeñas cosas, las cotidianas, las que vivimos como suaves y ligeras porque lo son y que al final y en conjunto resultan siempre las verdaderamente definitivas.

En medio del torbellino incesante, enloquecido y enloquecedor en que nos hemos dado por radicar la así llamada vida adulta, vamos saltando de grandes sucesos en grandes sucesos como changuitos despavoridos que de liana en liana van en una carrera loca hacia ninguna parte. Entre tanta liana y bejuco, olvidamos fijarnos en los árboles, en sus frondosos follajes, en el suelo fértil que los enraiza y en el cielo abierto que los aloja. Entre tanta carrera, olvidamos el camino.

Así entonces, nos hemos convencido de que la vida es complicada y que debemos vivirla complicadamente. Y se nos ha olvidado que la vida es sencilla y que se puede vivir sencillamente.

Cierto es que nuestra condición humana y racional vuelve nuestra existencia compleja cuando se hace conciente y, por tanto, intencional. Es entonces cuando se nos gestan los anhelos y es cuando el asunto de la vida se nos complica, pues los anhelos de uno no necesariamente son los anhelos del otro y puede ser que no logren ser compatibles e incluso que terminen siendo severamente incompatibles. Pero aún esa trifulca simple puede ser, si a la razón anhelante le sumamos la acción bondadosa.

No es que no reconozcamos que la vida es compleja y tiene sus complicaciones. Es que reconozcamos que también es sencilla y tiene sus simplezas. Que en medio, adentro, por encima y precediendo las grandes cosas están las pequeñas cosas. Esas pequeñas cosas como el sueño de un niño en medio de un desastre familiar o la indiferencia con que ese mismo niño recibe la noticia que con mayor euforia celebran sus progenitores. Es la mirada y la sonrisa conjugadas con las que reconocemos al amor de nuestra vida y no sólo el sí ante el juez o en el altar.

Si ya aceptamos que después de la tormenta viene la calma, ¿por qué no mejor reconocemos que las tormentas solo vienen entre las pausas de la calma? Así de simple, sencillamente.

(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 31 de mayo del 2009)

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