A mi Mamá, por todos estos años.
A Mimí, Mamá.
A Carla, por Naty y Vale.
A todas las Mamás, por la vida.
Si en algo estos pequeños seres guardamos imagen y semejanza con nuestra más grande y venerada deidad, es porque dado nos fue el divino don de la creación. A Él, quien quiera que sea, le llamamos El Creador y a su cobijo nos amparamos, cualquiera que seamos. Por ello está en nuestra magnífica existencia la virtud primera y más excelsa de crear. Hechos fuimos a imagen y semejanza de nuestro creador, y nuestra imagen y semejanza nada tiene que ver con nuestra externalidad, sino con lo más íntimo de nuestro interior: la capacidad de crear. Creamos cuando vemos, cuando tocamos, cuando hablamos, cuando oímos, cuando degustamos, cuando caminamos, cuando miramos, cuando sentimos, pero sobre todo: cuando hacemos sentir, cuando existimos.
Y de las creaciones que nos ha sido dable concebir ninguna como la vida. No hay mayor exaltación y consagración de nuestra naturaleza creativa que la creación de la vida, de otra vida a partir de nuestra vida, de nuestras vidas. Es en ello la razón primera y última de nuestra potencia vital.
Y entre nosotros, ningún ser creativo tan pleno como La Madre. Es en su seno la residencia humana de nuestro divino don. Matriz y útero, trompas y óvulo, placenta, calor y humedad, como delicado andamiaje material que hace posible y alimenta el único milagro que nos fue dado consagrar: la vida. Cierto es que al Padre lugar central le toca también desempeñar, pero es en la Madre el origen primero de nuestras certezas: sobrevivir en medio de una existencia que siempre, hasta el final, estará marcada por la fragilidad.
Madre y su maternidad son así la única salvación posible para la única creación animal que no puede sobrevivir por sí sola al nacer. Madre y maternidad que serán después, a lo largo del camino, el solaz oasis al que siempre, o casi siempre, es posible acudir, cuando la fragilidad se nos vuelve tan dura y pesada.
Madre que se hace Mamá cuando alimenta con su mama a su cría y le toma de la mano para mostrarle un mundo que le será hostil pero también próspero, si su afán ulterior se lo permite crear.
Origen y gen, consuelo y consejo, presencia y esencia. ¿Qué se sentirá ser Madre y Mamá? No lo sé. Nunca lo sabré. Pero estoy seguro que es la sensación más plena, la única sensación absoluta e indescriptible, como aquella mirada con que una Madre que se volvió Mamá envuelve por siempre a su criatura que se tornó creación.
(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 10 de mayo del 2009. La viñeta es de Ana Lucía Solís, Colibrí)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario