domingo, diciembre 07, 2008

Pena de muerte: muerto de pena

Me apena de muerte la pena de muerte. Es atroz, pero es cierto: en buena medida aún gobierna a nuestras sociedades la base reptil de nuestros inmoderados y poco aprovechados cerebros humanos. En efecto, en México y en medio de un clima de creciente inseguridad y violencia, hay voces que dentro y fuera de los órdenes del poder público claman por re-instaurar la pena de muerte. El reclamo -que, por fortuna, aún no es clamor- es tan simple como primitivo: hay que matar a los que matan. "Ojo por ojo: diente por diente". ¿Y todos los siglos de civilización que -por lo visto- tan frágilmente nos hemos procurado?

Sin duda, más con evidentes fines electoreros (así: despreciativamente) que con un extraviado supuesto sentido justiciero, hay ahora en México una campaña politiquera (así: todavía más despreciativamente) que intenta ganar adeptos irracionales con base en la irreflexiva propaganda en favor de la pena de muerte.

Se trata de exultar al respetable para motivarlo a votar por los vociferantes. Pero no hay que permitirlo. Hay que procurar -a pesar de todo- que prevalezca la razón por sobre la barbarie.

Digámoslo sencillamente: la Ley y el Estado que inventamos para cumplirla y hacerla cumplir, se instauraron para intentar llevar a la sociedad hacia un estadío superior donde los valores y derechos humanos se consagraran y respetaran efectivamente. Al menos así lo hemos intentado en las sociedades que pretenden ser realmente democráticas y, por lo tanto: humanistas. Precisamente para éso nos pusimos a escribir leyes que premiaran los comportamientos deseables y castigaran los comportamientos indeseables. Por eso con la Ley no se puede robar, ni mentir, ni discriminar, ni matar. Y no se puede, porque con la Ley queremos propiciar una sociedad donde no se robe, ni se mienta, ni se discrimine, ni se mate. Por eso la Ley no puede reglamentar ni el robo, ni la mentira, ni la discriminación, ni el asesinato.

Pedir que la acción de matar se lleve a la ley es ir en contra de la civilización y su evolución. Es intentar consagrar nuestros instintos y cancelar la posibilidad de un futuro sin sus degeneraciones. La Ley la inventamos para propiciar los comportamientos deseables y erradicar los comportamientos indeseables. Y entre dichos comportamientos indeseables ninguno tan humano como el de matar a un prójimo. Ello lo debemos evitar a toda costa y nuestro principal recurso racional es la Ley: ella debe, por tanto, evitarlo a toda costa. Por eso el acto de matar no puede estar reglamentado en la Ley, y menos como atribución del Estado que inventamos para procurar la legalidad y el alumbramiento de una sociedad mejor.

Y menos aún en un país donde, penosamente como el nuestro, el Estado no garantiza la procuración expedita y efectiva de la justicia que la sociedad quiere concederse al amparo de la Ley.

Si queremos evitar las aberrantes conductas de aquellos que vulneran, lastiman, violan y atentan en cualquier forma contra nuestro derecho humano a la vida y a su forma plena y feliz, necesitamos fortalecer la ley y su potencia; no debilitarla con aberraciones que la contradicen desde la raíz.

Aquí la opción no es decidirnos por la famosa y tramposa "pena de muerte" que da pena para morirse, sino por una lucha decidida y consecuente por la sociedad y su legalidad deseable: esa que va en contra de la desigualdad y sus principales engendros: la corrupción y la impunidad, que están en en centro y en el fondo de nuestras desgracias nacionales. Solo así seremos alegres y libres. Solo así evitaremos estar muertos de pena por la pena de muerte.

3 comentarios:

Waldo dijo...

muy cierto ,la venganza no es algo que la ley pueda aprobar, menos la ley divina, pero cuando uno se pone en el lugar de la victima es muy dificil pensar objetivamente en la ley de los hombres o la de dios, cuando uno piensa en un hermano, padre o madre, o hijo que son personas reales creo que uno piensa en aplicar la pena de muerte por propia mano incluso, que pasaria si la victima es un hijo? siempre pienso en los padres de Cromagñon aca en argentina y se me hace muy dificil pensar que esa gente quiera el perdon de los culpables

Carlos González Martínez dijo...

Estimado Waldo,

primero: muchas gracias por tu visita desde la lejana pero entrañable Argentina! Segundo: estoy de acuerdo, lo primero que uno desea es que se castigue ejemplarmente a los culpables de ese y cualquier tipo de atrocidades. La cosa es si uno quiere hacerlo en forma atroz o civilizada. Si procuramos la vida y la ley algún día seremos la sociedad correcta que desde hace mucho deberíamos ser, si es que algo de racionales realmente tenemos.
No quiero ni pensar ni ponerme en los zapatos de las demolidas víctimas. Estoy seguro que me embargarían los mismos sentimientos de venganza y no sé si sería capaz de contenerme. Pero sigo pesando que es indispensable intentarlo y llevar incluso a los criminales a la ley.
El problema es mayor cuando ya no podemos confiar plenamente en quienes se supone están dedicados a procurarla e impartir justicia.
Este es un tema que llega a terrenos muy sencibles, pero estoy convencido que -sobre todo en ellos- debemos intentar ser congruentes y no dejarnos vencer por la barbarie. La apuesta es nuestra.
Un abrazo,
Carlos

Waldo dijo...

los que aplican las leyes son tan humanos que jamas se los podria poner a hacer de Dios...