sábado, diciembre 13, 2008

El Triste (Homenaje a José José) (Dormingo)


“Hoy quiero saborear mi dolor”

Cinco minutos y veintitrés segundos dura la gloria. La gloria como un hoyo negro que al mismo tiempo catapulta el deslumbramiento más intenso que se chupa la oscuridad más profunda. Los cinco minutos y veintitrés segundos del festival OTI de 1970. Nunca más, por cierto, lo volvió a lograr igual: en ningún otro lugar, ni en estudio o grabación alguna otra vez. El escenario: una composición de hojas color café ocre en forma de cruz o matriz materna (que para el caso, da lo mismo) coronando una orquesta formidable que arropó a un muchacho serio y sobrio portador de la voz más prodigiosa que este país haya parido. Angélica María, Alberto Vázquez y Marco Antonio Muñiz con la quijada dislocada admirando con todo un país a un Portento; así: en Mayúsculas. En verdad: ¿será tan fácil cantar de esa manera? Porque así lo hace ver ese chamaco. José José alrededor de sus veinte años empacado en un ridículo traje en pantalón negro y saco gris, terminado en mangas blancas de encaje. El Príncipe como el Principito. El Príncipe en el principio de una historia trágica para un país particularmente propenso a la tragedia.

“Hoy quiero saborear mi dolor, no pido compasión ni piedad” escribió el grande Roberto Cantoral en una canción que lo sobrepasó en la interpretación genial de la mejor voz que, después del muy agradecido Pedro Vargas e incluso del tenor Jorge Negrete o la beligerante Lucha Reyes y el lúdico Tin Tan, ha sido de lo más excelso que este México lindo y querido ha sido capaz de imaginar. Ejemplo de cómo una interpretación puede reinventar una creación: “El Triste” en la voz de ese joven impresionante. Como si la Gioconda valiera lo que vale por estar habitando el Louvre y no por proceder del genial pincel de Leonardo.

“Qué triste dicen todos que soy, que siempre estoy hablando de ti… no saben que pensando en tu amor, en tu amor, he podido ayudarme a vivir”… ¡ni Stravinsky ha consagrado tanto a la primavera!… y en ese desgarre tequilero acaso solo superado por la inspiración divina de mi compadre José Alfredo (Jiménez) que en Gloria esté, se nos ha consagrado buena parte de nuestra trágica vocación nacional… tan trágica como ver ahora, treinta y tantos años después, a aquél baluarte nacional convertido en una imagen esperpéntica de sí mismo, afónico y desbarrancado como el que más.

José José como ejemplo de lo que nos puede pasar si nos reiteramos como un país que no acaba de reconciliarse consigo mismo. El Príncipe como la Gloria: efímero en un destino destinado a destinarse, pero al precipicio. “Hoy quiero saborear mi dolor” y un país entero fue en búsqueda de las galletas de animalitos para levantarle un monumento a la más grande voz que, antes de ahogarse en su dolor, nos dignificó en este sentido tan trágico de la vida y tan nuestro. Gloria eterna al Príncipe: es en su capacidad interpretativa la expresión de lo que todos quisiéramos tener pero no queremos ser. Gloria eterna al Príncipe: como expresión de lo mejor que tenemos y lo peor que no queremos tener, pero somos.

(Dormingo publicado en la edición de Cambio de Michoacán del domingo 14 de diciembre)

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