martes, mayo 19, 2009

No es lo mismo el PRD, que veinte años después.


Por equivocación, una versión preliminar e inconclusa de este texto se publicó el 18 de mayo en el periódico Cambio de Michoacán. Lo presento ahora en su versión final y completa.. sorry.

Expectante, blogero reflexiona ante el veinte aniversario del PRD y piensa: “no deja de llamar la atención que cada vez que un partido cumpla años, como el PRD, las principales reflexiones se interroguen sobre cuál habrá de ser su futuro”. Algo habrá de inestabilidad o fragilidad institucional de un partido para que la duda sobre su futuro sea un tema recurrente en su actuación. Por eso, ahora que le próximo 26 de mayo se cumplen veinte años de la obtención del registro para el Partido de la Revolución Democrática y que todos nos preparamos para la contienda electoral de julio próximo, se impone una reflexión sobre su situación y perspectivas.

El primer asunto que habría que señalar es que la discusión sobre la situación y perspectivas del PRD en su vigésimo aniversario es una reflexión pertinente no solo para los militantes perredistas y sus simpatizantes, sino para todo el país, para todos los ciudadanos, tengan o no alguna simpatía por ese o cualquier otro partido. Y sobre todo es importante para quienes desde la izquierda procuran con su lucha quijotesca un país mejor: justo, libre y alegre.

El PRD nació como la primera y única opción factible de poder para la izquierda partidaria e incluso, en sus inicios, para la izquierda social e intelectual de México. Con Cuauhtemoc Cárdenas a la cabeza, el PRD se planteó y pudo haber aquilatado la fuerza social y ciudadana que en entre 1986 y 1988 logró la contundencia necesaria para romper de una vez y para siempre la hegemonía política del PRI, ejercida de manera casi absoluta durante más de medio siglo.

Unos pocos años antes, a principios y mediados de los ochenta, la derecha mexicana nucleada en torno al PAN había logrado desafiar la hegemonía priísta, pero solo con movilizaciones muy localizadas sobre todo en Chihuahua y después en Baja California, sin lograr presentarse aún entonces como una opción realmente nacional.

Lo que la derecha inició con los neopanistas en el norte, la izquierda lo potenció y amplió en el centro y sur del país, bajo el impulso de la corriente crítica que nació en el seno del propio PRI y que logró conectar con las expresiones partidarias y sociales de la izquierda “tradicional” como las que provenían del Partido Comunista y otras muchas organizaciones y personalidades.

Solo en dos ocasiones en casi un siglo de historia política contemporánea, la izquierda mexicana externa al PRI y su régimen ha estado a punto de ganar las elecciones para obtener la jefatura del Estado Mexicano: la presidencia de la República. En las dos se ha planteado la circunstancia de una derrota por fraude electoral. La experiencia del 2006 está aún en el debate, sobre el fraude de 1988 ya nadie duda.

En las dos ocasiones esa izquierda estuvo representada en las boletas por el PRD o el Frente Democrático Nacional que le antecedió. Pero la diferencia entre la insurgencia de la derecha y la protagonizada por la izquierda es que, teniendo ambas dos oportunidades históricas, la primera echó por la borda su primer intento con la declinación de facto que protagonizó su candidato presidencial Diego Fernández de Ceballos, para después catalizar su fuerza con el nada grato recuerdo del triunfo de su candidato Vicente Fox, el primer presidente de México emanado de un partido distinto al PRI, en tanto que la izquierda perredista, en cambio, dos veces lo ha intentado y ninguna lo ha logrado, sea por las razones que sea.

Y entre esas razones, no pueden descartarse sus propias debilidades. La primera de ellas: su escasa institucionalidad. Producto de la amalgama más que la fusión de muy diversas corrientes, la izquierda perredista nunca ha terminado de ponerse de acuerdo, ni ha logrado los acuerdos que lo hagan un partido plural pero estable y, a la postre, confiable. El ejemplo más reciente, es la elección de su actual dirección nacional.

Junto con ello está su escasa capacidad para construir un planteamiento de izquierda que logre que su discurso mantenga la radicalidad de una verdadera opción de izquierda en un país marcado por la desigualdad y la injusticia, pero que al mismo tiempo logre también ser empático con una mayoría consistente del electorado nacional. Ahora mismo, el PRD en sus veinte años no sabe a ciencia cierta si enarbola la nueva imagen que difunde con todo ahínco su presidente nacional, Jesús Ortega, en compañía de una niña proselitista o si su convicción es la de Andrés Manuel López Obrador que llama a salvar el país (literalmente) al amparo de las siglas de otros partidos.

Con todo, el PRD llega a sus veinte años con la expectativa de enfrentar las elecciones legislativas de julio próximo. Las perspectivas no parecen muy alentadoras. Por lo pronto en Michoacán, su baluarte y lugar de gestación y origen, nadie puede firmemente asegurar que pueda, por ejemplo, mantener las ocho diputaciones federales que logró en la elección pasada.

Las posibilidades de una pronunciada caída electoral y la incertidumbre producida por sus propias contradicciones internas, parecen ser dos velitas de un pastel de aniversario que se antoja amargo. Es una lástima no para el PRD y los perredistas, sino para un país entero ver que no es lo mismo el PRD que veinte años después, cuando sigue siendo necesaria (y quizá más ahora) la presencia y crecimiento de una izquierda factible en el país.

Por eso, quizá también ahora más que antes sea pertinente llamar la atención no solo sobre las debilidades aparentes de un partido veinteañero, sino también sobre sus fortalezas. Una de ellas, la más evidente y relevante es que se ha logrado mantener como un referente fundamental de la constelación política mexicana. Con el PRD, la izquierda gobierna municipios, estados y la capital del país, además de mantener una fuerza considerable en los cabildos, los congresos estatales y el Congreso de la Unión. También con el PRD, para bien o para mal, la referencia de una izquierda en nuestro debate público está presente y actuante. Hay, así, una posibilidad en el espacio público mexicano para pensar al país y al futuro con una idea de izquierda. No es poca cosa. Como tampoco lo han sido estos veinte años que hacen al PRD distinto hasta de sí mismo, como nos suele pasar a todos y a este grande país.

1 comentario:

Fernando Cab Pérez dijo...

Quienes alguna vez apoyamos al PRD en Campeche, hoy vemos con mucha tristeza la manera en que una mafia negocia los recursos del erario público con el gobierno estatal para evitar el crecimiento de las fuerzas alternativas reales.

En Campeche, con mucha pena, una minoría es dueña absoluta del PRD, su función consiste básicamente en ahogar los grupos emergentes internos que piden la democratización de ese partido.

Es una lástima en verdad, que el perredismo en Campeche esté lleno de oportunistas.

Fernando.